7 de noviembre de 2008

Del atribulado y el idioma galo.

"Recordarán qué por aquellos años era común dar un examen para ingresar al secundario. El JVG no era la excepción pero no recuerdo bien por qué motivo en 1970 los aspirantes al primer ciclo sólo debíamos participar en un sorteo qué nos daba destino de idioma: inglés o francés, y turno: mañana o tarde. Cuando juego un número a la lotería suele salir una letra y esa vez no fue diferente: el asar me ubicó en inglés y tarde al contrario de lo qué yo pretendía: francés y mañana. El resultado no me agradó para nada y habré insistido tanto qué mi madre por no sé que gente amiga encontró una "palanca" para qué alguien en la administración del JVG hiciera la vista gorda y apareciera entre los qué estudiarían francés en turno mañana. El idioma galo siempre me pareció más romántico, dulce y familiar al oído; prefiero definirme cómo romántico y no como un boludo qué estudió cinco años un idioma qué solo se habla en Francia y en alguna otra ex colonia africana.
Unas semanas antes de comenzar las clases mí madre me acompañó para qué conociera el trayecto. Tomábamos el colectivo 70 en Iriarte y Vélez Sarsfiel y nos bajábamos en Montes de Oca; un viaje de no más de quince minutos pero para mi era como hacer el París–Dakar.
Y llegó el gran día. Cambié el peinado "Pepitito Marrone" por un jopo engominado con una dudosa raya al costado. El guardapolvo vaya a saber dónde fue a parar y me tocó por riguroso orden un traje qué dejaba mi hermano mayor; pantalón, saco y chaleco. La camisa blanca supongo habrá sido la misma qué usé en la comunión y la corbata, claro está, del viejo. En este look no podía faltar el maletín de cuero con alforjas sostenidas por herrajes plateados, la misma qué me había acompañado en séptimo grado.
Recuerdo qué el sol comenzaba a rayar… no, demasiado poético y usado ¡No me acuerdo un carajo! Dos cosas perduraron en mi memoria de aquel fantástico día. La primera es que no me despegué del respaldo del asiento del conductor del 70, aferrado al pasamanos me encorvaba en cada esquina para evitar pasarme de la parada de Montes de Oca. La segunda es que llegué con muchísimos minutos de anticipación y no sabía donde ponerme ni qué hacer. Tenía una mezcla de miedo y vergüenza, no conocía a nadie ni a los que serían mis compañeros y todos sin excepción me parecían más grandes que yo.
De repente comenzaron a enfilar para la puerta de la esquina de Australia y Montes de Oca. Desconfiado y temeroso me sumé al rebaño. Así crucé por primera vez la puerta del JVG y sabe Dios y mis secuaces compañeros que esa fue la primera y última vez que la cruce con esos sentimientos… "
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Gracias Nestor.

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