6 de octubre de 2020

Un Feliz Encuentro Casual.

Una emocionante alegría en pleno aislamiento social encontrarme con Camilo Rey (promo 51) en un lugar cuyo nombre nos cae bien a ambos... en "La Juvenil" de Barracas. 


2 de junio de 2020

Algunas de la 2011.

En la foto de arriba, Noe Benitez.

En la foto de arriba están: Noe Benitez, Ani Possedoni y Angie Ostapowicz.

 
En la foto de arriba están: Noe Benitez, Ani Possedoni y Angie Ostapowicz.

En la foto de arriba están: Noe Benitez, Ani Possedoni y Angie Ostapowicz.

En la foto de arriba están: Noe Benitez, Ani Possedoni y Angie Ostapowicz.

En la foto de arriba, Noe Benitez.

En la foto de arriba están: Noe Benitez, Angie Ostapowicz, Diegote Pineda y Ani Possedoni.

En la foto de arriba están: Noe Benitez, Ani Possedoni y Angie Ostapowicz. 

En la foto de arriba están: Noe Benitez, Ani Possedoni y Angie Ostapowicz. 


en la foto de arriba están: Noe Benitez, Ani Possedoni, Shirly Ferreira, Angie Ostapowicz y Ayelen Banegas.











1 de junio de 2020

El Atribulado de la 67 y los Prolegómenos de 1er Año.


"Era un mes de marzo de 1967, y el verano tocaba a su fin. Con 12 años cumplidos, previo examen de ingreso, comenzaba mi etapa de estudiante de escuela secundaria… Recuerdo aún,  el día que hice el examen de ingreso, al salir me esperaba mi padre, como siempre sereno y tranquilo, aunque tal como me preguntó, la procesión iba por dentro…

No había transcurrido un año todavía de nuestra llegada al puerto de Buenos Aires, una mañana de abril, cuando miraba la entrada del barco en puerto, desde la proa, con ojos de niño, con sensaciones de ansiedad, alegría e inquietud, iba de aquí para allí, y en una de esas, logré manchar mi pantalón de tergal, con la línea de planchado perfecta, (¡no podía llegar de cualquier forma a encontrarme con mis tíos!). Llegaba a la que sería mi ciudad, durante más de 13 años, dónde maté a la niñez, viví mi adolescencia y mi primera juventud…

Tenía un poco más de 11 años, y un deseo irrefrenable de ver, de tocar, de sentir y de vivir en un mundo distinto y nuevo, del que dejaba atrás… De un pueblo pequeño a una gran ciudad. De un inicio del desarrollo, al desarrollo (eso se suponía). Mis ojos iban de un sitio a otro, de los galpones y la suciedad del puerto, a la ciudad que más allá se veía, y más se presentía.

Ese mundo, que desde muy pequeño, mientras cuidaba a las vacas en el monte, veía como el sol desaparecía en el horizonte, y soñaba y me ensoñaba con algún día alcanzar ese horizonte… Allí dónde el sol se acostaba, allí quería ir.

Comencé por dejar la aldea e irme a la villa de Carballo. Colegio nuevo, compañeros y amigos nuevos, tanto en clase como en el barrio. Así pasaron 4 o 5 años, hasta que un día, mis padres me preguntan sobre ir a Buenos Aires… esa ciudad, de la que mi tío, hablaba maravillas, de ese país tan lejano y tan atractivo para un niño deseoso de nuevos mundos…  Ahí comenzó la emigración, preparando durante meses el viaje, mientras mi padre, trataba de rentabilizar el tiempo, trabajando unos meses en Francia primero, y luego en Holanda.

Esa mirada de niño, cambió muy rápidamente para siempre; mientras esperaba que mis padres hicieran los trámites para pasar la aduana, me dejaron a cargo de todo el equipaje… y, en ese ínterin, alguien birló un par de cosas del baúl, aun abierto para la inspección.

Pero, todo eso es otra historia, que quizá, en otro momento, me anime a desarrollarla. Ahora estábamos en marzo de 1967, y mi inicio en un nuevo colegio y una nueva responsabilidad, ya que comenzaba la escuela secundaria, y de ahí saldría a no sabía dónde.

Había elegido Comercial, sin saber muy bien porqué, ya que en realidad siempre había dicho que quería ser ingeniero, sobre todo cuando el cura de la aldea, intentaba convencer a mi padre y a mí mismo, para que fuera al seminario. Si lo hubiera hecho, posiblemente me hubieran echado el primer año. Elegí Comercial, dentro de tres posibilidades, una de ellas era Industrial, y la otra era Bachillerato (nacional). El mejor colegio de Industrial me quedaba muy cerca de casa, el de nacional también, y el de comercial me quedaba más lejos, que, lógicamente requería viajar en colectivo (autobús) y ahí me fui… como siempre, haciendo lo más difícil.

Solo tomé la decisión, posiblemente mi tío haya ayudado algo, pero todo lo hice solo. Ir a averiguar, preparar el examen de ingreso… solo, recorrí media ciudad, para al final acabar en la Escuela de Comercio Nº1 Dr. Joaquín V. González y, en ese mes de marzo de 1967, entré por segunda vez al edificio, pero esta vez como alumno, a ver que me deparaba la vida. Era temprano, las clases comenzaban temprano y, entrar, significaba pasar al patio, y formar en filas, tipo servicio militar, según la división que nos habían designado, y con el preceptor –cuidador, vigilante, primero, y más tarde alguno amigo-, y luego de ahí al aula que nos correspondía. Esa misma rutina durante los siguientes 5 años.

Al aula, y así fueron apareciendo los profesores del día, y durante la semana, los fuimos conociendo uno por uno, y anotando las exigencias que cada uno tenía para su asignatura. Castellano, Botánica, Matemáticas, Geografía, Historia Antigua, Educación Democrática, Contabilidad, Caligrafía, Inglés, Música.

Todos éramos distintos, pero el único diferente era yo… mi acento me delataba y ya había pasado por aquello, durante los meses pasados en el Colegio San Francisco, con mis compañeros… el gallego, el gallego pata sucia… las risas por mi acento y además del acento español clásico, el mío estaba acentuado por el gallego, así que por lo tanto, traté de tomármelo con una cierta calma y llevarlo lo mejor posible.

En menos de un año, había cambiado toda mi vida, de segundo año de bachillerato en España, había pasado (unos meses) por el 7º grado en la primaria, y luego al primer año en la secundaria en Buenos Aires. De las matemáticas financieras, a la matemática moderna (Teoría de conjuntos), del francés al inglés, y de mis compañeros de juegos y de clase en mi pequeño pueblo, a mis compañeros nuevos  en una ciudad inmensa. De una casa con finca y frutales, a una habitación con derecho a cocina, en un cubículo de 3 m2 como máximo, baño compartido por tres familias a 10/15 metros… ¡qué frío se pasaba en invierno!!!

Así comenzó mi historia en el Joaquín V González y todos sus componentes: Rectorado, profesores, preceptores y compañeros… La historia de 5 años, con sus altos y bajos, con amigos y no tan amigos. Ha sido una historia intensa y cuyo balance ha sido muy positivo, para aquél niño con acento “raro”, tímido, y a veces incomprendido, pero que supo sobreponerse a todo eso, con ayuda de algunos profesores, de compañeros que se transformaron en amigos con el transcurso del tiempo… No sólo conseguí conocimientos, conseguí amigos, conseguí una educación, y una metodología de rigor (que ya llevaba, pero más rígida) que más tarde me sería muy útil.

No todos siguieron en la mañana ni en el mismo grupo, ni siquiera en el colegio, durante los cinco años alguien se fue quedando… y también añadiendo…"