23 de enero de 2009

Del atribulado y un cuarto año con previas.

"¿Cómo podría sobrevivir a la presentación del boletín a mi padre? Me imaginaba escuchar al viejo: "¿Higiene, pero vos sos boludo?", y de fondo los gritos de la vieja agorando la segura repetición del curso. Sabía qué si no mencionaba las previas y pasaban desapercibidas podría llegar a reducir la reprimenda pero ¿qué hacer con lo de higiene? Ahí terció mi amiga Liliana Vázquez, experta falsificadora de boletines. Una tarde calurosa en el patio de su casa utilizando hojitas de afeitar, lavandina y varias lapiceras de diferentes tonos conseguimos camuflar el aplazo y volverlo un seis aprobado… pasaba raspando como decía la vieja pero aprobado a fin de cuentas ¡Nunca mejor usado el verbo raspar! No me quedaba otra que dar bien higiene y lo hice, tampoco era análisis matemático.
En la mesa de castellano de segundo no estaba la petisa escupidora qué resultaba ser la peor; en cambio había unas profesoras jóvenes que hasta ese momento no conocía, cuya "especialidad" era la literatura. Recuerdo que el escrito había sido un desastre pero alcanzó como para acceder al oral y ahí era la mía. Lectura, narrar la lectura y guitarreo, ¡pan comido!
La rusa me recibió con una sonrisa, ¡era un clásico! Me paseó por medio programa pero zafé, en esta oportunidad los conceptos sostenidos con alfileres más lo aprendido con "Cafesshhito" fueron suficiente y pasé.
Matemáticas directamente la dejé, sabiendo que podía llevar previas preferí invertir el tiempo que necesitaba para estudiar las otras materias.
La mesa de castellano de tercero fue diferente ¡la petisa estaba ahí!, aquella que había tenido en primer año ¡la que escupía al hablar! Con alguna ayuda externa (jamás reconoceré haberme copiado los tiempos de los verbos) pasé el escrito, cincuenta por ciento adentro. En el oral había un problema: de los tres libros que debía saber sólo había leído uno: "Martín Fierro". Me lo sabía de la primera estrofa hasta la última, los personajes y todo lo que pasaba en el relato, incluso parte de la vida de Hernández.

Estaba sentado en uno de los pupitres ansioso por que me llamaran. El compañero qué pasó antes que yo se plantó ante la mesa examinadora…
— "Bueno señor, ¿de qué nos va a hablar?"
— "Del Martín Fierro profesora…"
— "¡Muy bien adelante!"
Comencé a transpirar, tenía el presagio qué si aquel papa frita encaró con el libro de Hernández difícilmente se me permitiría dar la única lección oral que sabía. Al rato…
"¡Giménez!" —gritó la petisa mientras que otra profesora estampaba el aprobado al papafrita— "Ah Giménez, ¿yo lo tuve en primero verdad?" —asentí con la cabeza— "A ver ¿de qué nos va a hablar?"
"¡Del Martín Fierro!" —la vieja me miró y meneó la cabeza.
"No, no, no, elija otro libro, su compañero acaba de exponer el Martín Fierro y ¡lo bien que lo a hecho!, ¿no es verdad?" —dijo mientras miraba a las otras profesoras buscando una aprobación que obtuvo de inmediato. Yo tan sólo las miraba estupefacto sin poder creer la mala suerte que tenía mientras me desconcertaba viendo brillar las gotas de saliva sobre el escritorio— "Bueno…rapidito que no tenemos todo el día" —ante mi mudez la petisa eligió; dado que lo único que sabía era el Martín Fierro para mí era lo mismo— "A ver, háblenos del Fausto criollo de Estanislao del Campo".
"Bueno, este…" —empecé a guitarrear con algunas cosas que recordaba, oídas al pasar, comentarios pero todo demasiado endeble, ¡imposible defender la parada!
Así comencé mi cuarto año, con dos previas: matemáticas y castellano. Sería un año difícil, sabía que en contabilidad volvería a tener a "la rusa", en educación física a Papurello y a un tal Barcia en taquigrafía, ¡Todos poseedores de los peores antecedentes!
El aula de cuarto segunda estaba en uno de los pasillos pegada a la cantina. La cantina era un reducto muy popular donde había empezado a concurrir más asiduamente en tercer año. Había quienes se hacían "la rata" escondiéndose detrás del mostrador aprovechando que el personal hacía la vista gorda. Estimo que se robaba casi lo mismo que se compraba. Aún me pregunto cómo era que nuestros estómagos soportaban las pizzetas grasosas que devorábamos sobre las 10 AM o cómo podíamos comernos un paquete de palitos salados sin una cerveza. Quiero mencionar en forma muy especial que, dentro de la cantina, había un carretón de esos con una amplia plataforma dos pasamanos uno al frente y otro detrás y cuatro ruedas industriales. Hago esta descripción para que lo recuerden más adelante; este carretón tendrá una participación destacada durante la vuelta olímpica de los egresados ’73 del Joaquin V Gonzalez.
1973 fue un año especial para mi. Sucedió la mejor campaña de Huracán campeón metropolitano, me puse de novio con una chica del barrio, Chile estaba en la atención de todos y el Pocho revoloteaba pidiendo pista… ¿el estudio?, ¡bien, gracias! Demasiada dispersión, mucho descontrol. El colegio ya era un verdadero quilombo donde era imperceptible la línea de la autoridad, todo estaba desmadrado. Entrábamos, dábamos el presente y salíamos con cualquier pretexto sin ningún tipo de control. El verso más usado era: "me olvidé la ropa de gimnasia". Ese fue el último año que hice educación física es en JVG, hacíamos dos veces por semana y una hora después de terminada la jornada… entonces, nos "olvidábamos" llevar la ropa para hacer la actividad. Avisábamos al preceptor, nos daba permiso y salíamos a buscarla… por supuesto volvíamos al colegio minutos antes de que terminara la última hora.
Después de ese año me di cuenta que había sido una pena perder el privilegio de hacer educación física en el gimnasio del JVG. Para quienes no lo conocieron, había una piscina enorme que utilizábamos todo el año ¡Ahí aprendí a nadar! También había un sistema mágico que desplazaba un piso sobre la piscina convirtiéndola en cancha de básquet o volley-ball. Ahí teníamos todo tipo de material: potro para saltar, respaldares, colchonetas, manillas, etcétera. Me olvidaba, había algo más: "Papurello". Este profesor tenía mala fama y aunque parezca increíble había alumnos que se llevaban a diciembre o marzo ¡educación física! Fue el primero que nos hizo comprar libros donde conocimos los deportes y además teníamos que tener una carpeta con apuntes y dibujos de los ejercicios ¡un despropósito, si lo comparamos con los anteriores profesores que tan sólo se preocupaban en dejarnos esparcir hasta que pasara la hora! Antes de Papurello educación física era un trámite. Más adelante volveré con él ya que quizás como ninguno me marcó y nuestra relación siguió muchos años más luego de terminar quinto año.
Hacer un relato cronológico sería imposible, en este momento son flashes que me abordan de forma desordenada; así que para enterarse de los sucesos deberán armarse de paciencia.
Barcia: era un petiso gruñón de aquellos, empilchado como tanguero malevo tenía la prepotencia como argumento de orden y respeto. El tipo advertía todo el tiempo sabedor qué detrás de su fama había una larga lista de compañeros aplazados e incluso quienes no habían podido "recibirse" por culpa de su materia. Decían que Barcia había sido o era jefe de taquígrafos del Congreso. Tenía como premisa qué sus alumnos salieran pudiendo escribir ochenta palabras por minuto ¡Lo mismo que los profesionales! Por mi parte, hacía años que esperaba encontrármelo para saber si era tan así lo que contaban de él o se exageraba y créanme, ¡cero exageración! Algunos, entre los que me incluyo, comenzamos el año sabiendo del fracaso que nos esperaba en taquigrafía. El tipo daba su materia como si se tratara de algo primordial para un futuro perito mercantil y para mí resultaba ser totalmente al pedo. Yo respetaba que si alguien quería hacer de la taquigrafía el centro de su vida lo hiciera pero que a mi ¡no me tocara los huevos! Así que Barcia, en la lista de los de la vereda de enfrente, paso a ser el segundo y menudo contrincante me eché encima. El tipo tenía como metodología tomar dictados a una velocidad que para muchos resultaba difícil seguir y no contemplaba las reiteraciones. Cuando comenzó con las famosas pruebas sorpresas, junto a otros compañeros acordamos sacar las hojas, firmarlas, ponerlas sobre su escritorio para luego salir lo más campantes por la puerta. Personalmente encabecé una queja ante el rector basada en el despropósito que a la dirección no le interesara que más del 50% del alumnado se llevara esa puta materia a diciembre o marzo. Si ese resultado era una constante, tantos reprobados deberían tener un motivo más que solo la ignorancia… ahí fallaba alguien más. Los días que teníamos taquigrafía también eran días de educación física y casualmente solía olvidarme la ropa para hacer gimnasia. Con precisión cronométrica llegaba minutos antes de que terminara la clase de Barcia, sabía que eso al tipo le daba por las pelotas. Un buen día golpeé la puerta del aula y me mandé de una sin esperar su autorización. El petiso detuvo la magistral clase que daba para unos diez alumnos, el resto se las habían tomado con cualquier pretexto, y empezó a darme la lata. Con mi mejor cara de pelotudo y haciendo que no lo escuchaba me limitaba a responderle…
"¿Cómo? ¿a mí? ¿perdón pero no entiendo?"
Pasamos algunos minutos en este paso de comedia hasta que Barcia cayó que lo mío era burla. El petiso comenzó a elevar el tono de voz y yo que me hacía más el tonto. Terminamos casi cara a cara, encolerizado y al borde del empujón cuando no tuve mejor idea que decirle…
"Disculpe señor, es que no le escuchaba bien ¿podría hablar más alto?" —el tipo captó la indirecta y tomándome de un brazo me invitó a abandonar el salón.
El suceso no quedó ahí, ambos sabíamos que estábamos enfrentados y era claro quien llevaría la peor parte… pero estaba dispuesto a asumirlo ¡taquigrafía a diciembre! Barcia inauguró el color rojo en mi boletín de calificaciones y esa distinción la mantendría incluso en quinto año.
Maldita pastilla ¿dónde la habré puesto?, ¡Mi reino por recordar el apellido de la profesora de Derecho Comercial o algo así! La pobre vivía en una nube de pedo y los alumnos de cuarto hacíamos lo posible por que siguiera ahí. Yo entiendo que lo que les voy a relatar parecerá mentira o pura fantasía pero hay testigos ¿no es verdad Carlos Amor?
Un día un compañero de otro cuarto vino a relatarnos lo que se les ocurrió hacerle a esta profesora. Resulta que en una de las paredes del salón habían dibujado con tizas unas anillas como las del subte. Cuando esta profesora estaba dando la clase, ordenadamente y de a uno, los más atrevidos se fueron parando y hacían como si se colgaran de las anillas y acompañaban ese gesto con el típico vaivén… luego hacían como que se detenían salía uno de la fila, entraba otro y así ¡No lo podíamos creer! Entonces surgió la idea de cambiar de aula, aclaro que no todos, digamos que los más quilomberos. A la próxima clase algunos fuimos al otro cuarto y cubrieron nuestros puestos los compañeros vecinos. En esta oportunidad habían dibujado un teléfono público en una de las paredes y durante la hora se fueron parando y "hacían" que llamaban y otros formaban cola esperando el turno. Cuarto segunda no podría quedarse afuera de esto y planeamos otra travesura e invitamos a los vecinos. Esta vez ya de "locales" esperamos que la profesora se pusiera a escribir sobre el pizarrón. Fue entonces que uno de los mejores alumnos pero que no se perdía ninguna, le pidió:
"¿Profesora, se puede correr?" —a lo que ella respondió…
"Sí, si" —la pobre se desplazó para dejar ver lo que había escrito.
Pero esa no era lo que se buscaba, más de diez comenzamos a correr entre los bancos ante la mirada de incredulidad de la profesora. Ese día la pobre entró en una especie de crisis y dejó el salón entre llantos.
Este año se diferenció de los anteriores por buscar el límite de las travesuras que ya pasaban de serlo. Las "no entradas" al colegio se multiplicaron sobretodo a partir de agosto. El motivo principal fue las movilizaciones a favor del gobierno de Salvador Allende con destino a la embajada chilena y luego a la de EEUU. Pero la primer pasada era por el industrial a buscar pelea, la segunda parada era "ARCAMENDIA" un nacional de señoritas para encontrar compañía y la tercer parada era el rosedal. En septiembre la cosa se puso más pesada y las manifestaciones ya se juntaban con los universitarios y algunas terminaron con enfrentamientos con la policía en Paseo Colón. De esas movidas se consiguió mucha pirotecnia y también pastillas de gamexane; todo serviría para la despedida de fin de año.
El gran día de la primavera de 1973 fue una fiesta inolvidable. Nadie entro al JVG y con otros colegios de la zona terminamos en Palermo. Durante los viajes en malón se sucedían muchos destrozos; de ellos aún guardo el aro de un pasamanos del subte con su correspondiente correa ¿cómo lo obtuve?, es el día de hoy qué me lo pregunto pero no encuentro respuesta.
Todo estaba preparado para los festejos de fin de curso, nada lo haría fallar ni siquiera las prevenciones que tomaron las autoridades. Aquel carretón de la cantina sirvió como transporte; en él además de los alumnos llevábamos baldes de agua. Esta locura fue cometida en principio por los cuartos y los quintos pero luego se sumó todo el colegio. El carnaval fue total y no en los patios sino en los corredores internos y ¡hasta en las aulas! Más de un profesor ligó un baldazo y los preceptores terminaron por borrarse al ver semejante motín. Algunos impedían por la fuerza que se abrieran las puertas de las aulas donde daban clase y para ellos volaron por las ventanas las pastillas de gamexane encendidas y algunos petardos. Tengo grabada la cara de Barcia cuando le abrieron de una patada la puerta y le acertaron un baldazo de agua; lo que no recuerdo si yo estaba dentro o fuera de la clase…
Aquello fue un descalabro que no terminó en nada, excepto en el amague de suspensiones y amonestaciones que no se concretaron quizás por qué de haberlo hecho el JVG se hubiera quedado con menos de la mitad de los alumnos.
En lo personal terminé llevándome contabilidad y taquigrafía a las que debía sumarle castellano y matemáticas de tercero; nada mal ¡podría haber sido mucho peor!"


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Gracias Néstor.

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