"… y llegó tercer año", 1972 traía muchas novedades. Dejábamos los pasillos y pasábamos a un aula que daba al balcón sobre el patio principal. También y debido a las bajas acontecidas por deserciones, repeticiones y otros motivos terminaron por fusionando alumnos de inglés con los de francés; ya no éramos unos "división segunda" de puros. Yo comenzaba el año con dos materias más: contabilidad y castellano de segundo año, las famosas "previas". Había intentado darlas en diciembre y en marzo pero mi prontuario resultó más pesado que mis conocimientos aunque, justo es decirlo, en castellano era un adoquín. La rusa me esperó siempre con los brazos abiertos en las mesas examinadoras de diciembre y marzo. Luego de pasearme por todos los temas impuso una frase que sería un sello distintivo para nuestros encuentros:
"¡ay Giménez, usted tiene los conocimientos agarrados con alfileres!". Como en otros tantos órdenes de la vida las vueltas son muchas y ya vendría el tiempo de tomar revancha. Pero aún había algo mucho más importante que estaba por encima de todo y que nos traía enloquecidos: ¡el
JVG se hacía mixto!
Primero hubo incredulidad, luego estupor y finalmente una excitación generalizada ¿qué niñas se atreverían a venir al
JVG? Y sí, hubo de todo. En primer año la mayoría eran niñas buenitas, recién saliditas de la primaria, hijas de familias vecinas de clase media. Segundo y tercer año eran las bisagras, ahí se mechaban las repetidoras, expulsadas o con pesada carga de amonestaciones a las que les habían pedido cortésmente que abandonaran el establecimiento que había intentado infructuosamente encarrilarlas. Con estrictos guardapolvos blancos por debajo de las rodillas, pelo recogido y cara de
"yo no fui" entraron al salón prefiriendo los primeros bancos. Al poco tiempo los guardapolvos se pusieron grises, subieron el ruedo como mínimo cuatro dedos por arriba de las rodillas, el pelo se soltó y la cara era de
"¿y vos qué mirás pelotudo?", o en otros casos usaban miradas más pícaras y sugerentes. De las que entraron en 3ro 2da hice tres buenas amigas:
Liliana Vázquez, Ángela Báez y la holandesa
Von Holten quienes venían a sumarse a las huestes de los que insistíamos con el francés.
En contabilidad tuvimos a Marconi, un profesor que parecía sabérselas todas y algunas más. Con lo que había aprendido con "la rusa" hice un año de taquito ante el asombro de mi padre al ver las calificaciones que llevaba a casa. Marconi sabía sacar lo mejor de cada uno con un léxico ameno, común a todos, convincente y si se me permite hasta compinche. Era cómico escucharlo "sesear" y él, sabedor de esa condición, la marcaba aún más. Jamás supe si era un artilugio para que la pasáramos bien y soltáramos de vez en cuando unas carcajadas o realmente seseaba. Su apodo era "cafesshhito" ¡sic! como sonaba su pronunciación cada vez que pedía a alguno que fuera hasta la cantina a buscarle su "cafesshhito". En botánica tuve a la que decía ser la tía de "Charly" García, una mujer cuarentona a la que nadie le llevaba el apunte salvo cuando terminaba por perder los estribos debido al zafarrancho que resultaban sus clases. En higiene tuve a un gordo canchero y bonachón, un típico tipo que daba la impresión que ocupaba algunas horas como para tener un ingreso extra ¡se notaba a la legua que la docencia no era su vocación! Este personaje (y no es joda) se apellidaba; Lavate o Lavatte no recuerdo bien, ¡sí, el profesor de Higiene se llamaba Lavate! Lavarse era lo que necesitaba él ya que tenía como costumbre cuando daba clase acomodar sus testículos sobre la punta del respaldo de la silla y hamacarse sobándose las bolas… supongo que el refriegue le produciría una satisfacción rayana al nirvana. No recuerdo si la materia en tercer año se llamaba química o merceología pero de profesora tuve a la Señora Efron hermana de
Paloma Efron, la popular Blackie. Un encanto de mujer que no necesitaba más que entrar, sentarse cómodamente al escritorio, ponerse las gafas mirar por sobre ellas y comenzar a dar clase para que todos estemos atentos. Ella hacía que esa odiosa y pesada materia nos resultara atrayente, interesante e imperdible por donde se la busque. Era de esas clases que no queríamos que terminara y al escuchar el timbre nos preguntábamos:
"cómo ¿ya pasó la hora?". En geografía tuve a la
Marchese una profesora que parecía más bien la tía gorda y buena que casi todos tuvimos. Exigente pero compresiva era otra que daba clases divertidas e imperdibles. Más adelante relataré una anécdota que me marco especialmente e hizo crecer más aún mi cariño por ella.
Ese año a las materias que veníamos teniendo y que nos acompañarían hasta quinto año se le sumó estenografía o más bien el arte de escribir a máquina. Explicarles esto a mis hijos que se criaron delante del teclado de una PC sería al menos una ridiculez. Pero yo soy de la generación que para las primeras clases de estenografía (máquina es más fácil) debíamos comprar un cartón impreso con el teclado. Horas llevamos practicando sobre el cartón tratando de memorizar la ubicación de cada letra para terminar un buen día en la "sala de máquinas". En largos pupitres enfrentados a una tarima y un pizarrón estaban ellas: "las Remigton". Estas máquinas, ya para 1972, resultaban ser prehistóricas. La fuerza con la que debíamos pegarles a las teclas para que las manivelas recorrieran la distancia hasta el rodillo donde estaba la hoja podría bien habernos quebrado algún dedo. Lo más sencillo era el golpe a la barra espaciadora que debíamos darlo con ambos pulgares. ¡Me olvidaba!, las letras del teclado estaban borradas así que si habías paveado durante las clases frente al cartón estabas frito. Era parte de este ejercicio medieval la correcta posición de la espalda, la de los pies y las manos que debían estar listas para deslizarse sobre el teclado como si estuviéramos interpretando un concierto de Beethoven. Las Remigton más buscadas eran aquellas a las que algunos pícaros les habían tallado las letras sobre el teclado ¡una ventaja nada despreciable!
En general los profesores que me tocaron por suerte en este tercer año eran de los catalogados más accesibles y con los que se la pasaba bastante bien; claro si uno ponía también algo de su parte. No fue mi caso. Fue un año muy movidito y la política se entremezclaba entre nosotros; esto era visto tan sólo por aquellos a quienes nos interesaba. Ya se veían fuertes discrepancias entre aquellos de formación peronista con los que comenzábamos a conocer los pensamientos de izquierda. Fue un año de movimientos revolucionarios por todo América; en Argentina se presentía el final de un proceso militar mientras que el Pocho amagaba con pegar la vuelta haciéndole un guiño cómplice a la izquierda peronista. Para mí resultaba ser más rico lo que pasaba fuera de las aulas que los conocimientos que se daban dentro. Eran frecuentes las reuniones de delegados en el mismo colegio; estaban permitidas y no correspondía pasar faltas además: ¿quién se atrevería?, ¡Incluso asistía a reuniones en otros colegios! La denominada UES era un caldo donde se cocinaban las más ricas peleas dialécticas.
Todo tiene su precio y esto no era una excepción. La
Marchese fue la primera profesora en citar a mis padres. Aclaró en la citación que no era nada de gravedad que sólo quería conversar con alguno de ellos. Por suerte esto descomprimió la furia que había comenzado a levantar mi padre quien, suponiendo que su presencia no era necesaria, presuroso mandó a semejante trámite a mi madre. Dejé a la vieja en la puerta de la sala de profesores y volví al aula pensando de qué manera podría hacer que uno de mis oídos percibieran al menos algo de aquél cónclave. Al volver a casa y ante mi requerimiento solo obtuve por respuesta:
"¡CUANDO VENGA TU PADRE YA HABLAREMOS!". Repasé mis notas en geografía; por ahí no podría venir. No solía perderme la clase de ella, incluso si alguna reunión de delegados era en la hora de geografía prefería que fuera otro. La conducta tampoco podría ser, jamás había tenido mala conducta; lo mío era ser contestatario o rebelde pero no quilombero y ¡muchos menos en su clase! ¿Cuál habría sido el motivo de la citación? Estaba claro qué mi madre se había adelantado y por teléfono le dio el parte al viejo. Este entró y muy serio dijo:
"vení qué tenemos que hablar", las citaciones siempre se daban en su habitación. En resumen la
Marchese le comentó a mi madre mis actividades políticas dentro del colegio. Se aseguró de dejar bien en claro que yo era un buen alumno, aplicado e inteligente. Pero con preocupación también hizo hincapié que aquello de la política estudiantil estaba comenzando a verse mal, que tratara de alejarme o al menos morigerar los ímpetus por que podría ser peligroso. Del discurso del viejo me llamaron la atención dos cuestiones: utilizó la palabra "peligroso", nunca sabré si la pronunció la
Marchese o él la agregó como para pretender protegerme pero para mí era inevitable; si había algo peligroso y al mismo tiempo me parecía justo ¡ahí debía estar!. La otra cosa fue qué no usó un tono de reprimenda, ni siquiera esgrimió:
"si no dejas de hacerlo…" agregando la pena o castigo tan temido. Al menos en esto había un cambio en el discurso con el que me taladraba los oídos intentando encarrilarme; incluso omitió aquella velada amenaza de sacarme del
JVG y meterme en el colegio militar sabiendo mi aprehensión por las botas y los verdes.
Nunca hablé de esto con la
Marchese. Ambos hicimos como que no había pasado nada. Ahora sabía qué mi accionar y el de otros estaba siendo seguido con atención y ya veríamos qué hacer si las cosas pasaban a mayores. Ni se me pasó por la cabeza dejar aquello de la política, presentía que estaban por suceder grandes acontecimientos que cambiarían la historia del país y yo quería estar ahí en medio. El costo de mi actividad no terminaba ahí, aún había más por pagar. Ya tenía dos previas a las que sumé castellano (¡una fija!), matemática e higiene ¡sí, higiene! Cinco eran muchas y más si tenía en cuenta que para dar castellano de tercero debía primero aprobar la de segundo y además "la rusa" me esperaba en la mesa de contabilidad de segundo: ¡estaba en aprietos!
Ya había sido delegado de división en primero y segundo año y el tercero no fue diferente. En los debates de los delegados encontré amigos que hoy recuerdo.
Fumagalli, un esmirriado muchacho de grandes gafas culo de botella, un saco como tres tallas más, peinado raya al medio con el cabello llovido que le tapaba los orejones y una verbosidad que, o te convencía o le dabas la razón por el sólo motivo de no escucharlo más. Peronista obsecuente que mezclaba definiciones progresistas con máximas del Pocho y Eva las cuales eran difíciles de calzar ante el desproporcionado avance de la derecha en el justicialismo y sus cuadros sindicalistas. Francia, un gordo pesado por donde se lo mire con raíces ancestrales en el socialismo de Palacios. Al gordo Francia acudía para salvaguardar el físico cuando se armaba pelea y también cuando había que redactar algún documento; tenía un punch y una redacción envidiable.
En este año también hice amigos de travesuras.
Daniel Keller que cursaba cuarto año, un cordobés qué había venido a vivir a mi barrio y casualmente se incorporó al
JVG. Daniel, alias "el tarta", era extremadamente delgado, rubio con una cabellera lisa que era la envidia de muchas niñas. Éramos compinches en el barrio y en el colegio, nos contábamos muchas cosas que nos enterábamos y sobretodo el fue poniéndome al tanto de los profesores qué me tocarían en cuarto. El otro amigo fue
Huguito Tomasini, también vecino del barrio. Un loco lindo que me ingresó al mundo de la música y los discos. Su hermano mayor era discjockey y nos valíamos de eso para conocer todas las novedades. Por él conocí a Creedence Clearwater Revival y me hice fanático a tal punto que me compré toda la discografía con los vueltos de los mandados que podía rasguñar. Además de Creedence con Huguito compartimos otra pasión; ¡las mujeres! Éramos algo así como unos desaforados que le apuntábamos a lo que fuera y hacíamos cualquier tipo de locura por conseguir una cita. El colegio era una fuente inagotable de posibles candidatas y lo sabíamos. Por lo que tengo entendido fuimos los primeros en entrar una máquina de fotos al colegio con la única intención de retratar a las chicas que más nos gustaban con el pretexto de que haríamos algo así como una revista ¡Unos adelantados del verso!
Ese año no fueron muchas las jornadas de "hoy no entra nadie" pero las que se organizaron llevaban un aditivo; de las verdulerías recogíamos las frutas y hortalizas "pasadas" y las revoleábamos contra la fachada del colegio e incluso huevos. Recuerdo haber visto a los profesores cruzar la Avenida Montes de Oca bajo una lluvia de huevos. Los mayores pusieron en marcha agresiones más jugadas aún como ser el ataque a los coches identificados como de tal o cual sobretodo aquellos que quedaban estacionados sobre Australia frente a la vieja librería.
Los festejos de fin de curso para los egresados de ese año fueron muy tranquilos. Las autoridades se adelantaron he hicieron terminar las clases para los quintos unas semanas antes. De todas maneras no se salvaron de las corridas por los pasillos, los cánticos y algún que otro destrozo.
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Gracias Néstor.