Av Velez Sarsfield y Alvarado
30 de junio de 2020
2 de junio de 2020
Algunas de la 2011.
En la foto de arriba, Noe Benitez.
En la foto de arriba están: Noe Benitez, Ani Possedoni y Angie Ostapowicz.
En la foto de arriba están: Noe Benitez, Ani Possedoni y Angie Ostapowicz.
En la foto de arriba están: Noe Benitez, Ani Possedoni y Angie Ostapowicz.
En la foto de arriba, Noe Benitez.
En la foto de arriba están: Noe Benitez, Angie Ostapowicz, Diegote Pineda y Ani Possedoni.
En la foto de arriba están: Noe Benitez, Ani Possedoni y Angie Ostapowicz.
En la foto de arriba están: Noe Benitez, Ani Possedoni y Angie Ostapowicz.
en la foto de arriba están: Noe Benitez, Ani Possedoni, Shirly Ferreira, Angie Ostapowicz y Ayelen Banegas.
En la foto de arriba están: Noe Benitez, Ani Possedoni y Angie Ostapowicz.
En la foto de arriba están: Noe Benitez, Ani Possedoni y Angie Ostapowicz.
En la foto de arriba están: Noe Benitez, Ani Possedoni y Angie Ostapowicz.
En la foto de arriba están: Noe Benitez, Ani Possedoni y Angie Ostapowicz.
En la foto de arriba, Noe Benitez.
En la foto de arriba están: Noe Benitez, Angie Ostapowicz, Diegote Pineda y Ani Possedoni.
En la foto de arriba están: Noe Benitez, Ani Possedoni y Angie Ostapowicz.
En la foto de arriba están: Noe Benitez, Ani Possedoni y Angie Ostapowicz.
en la foto de arriba están: Noe Benitez, Ani Possedoni, Shirly Ferreira, Angie Ostapowicz y Ayelen Banegas.
1 de junio de 2020
El Atribulado de la 67 y los Prolegómenos de 1er Año.
"Era un mes de marzo de 1967, y el
verano tocaba a su fin. Con 12 años cumplidos, previo examen de ingreso, comenzaba
mi etapa de estudiante de escuela secundaria… Recuerdo aún, el día
que hice el examen de ingreso, al salir me esperaba mi padre, como siempre
sereno y tranquilo, aunque tal como me preguntó, la procesión iba por dentro…
No había transcurrido un año todavía
de nuestra llegada al puerto de Buenos Aires, una mañana de abril, cuando
miraba la entrada del barco en puerto, desde la proa, con ojos de niño, con
sensaciones de ansiedad, alegría e inquietud, iba de aquí para allí, y en una
de esas, logré manchar mi pantalón de tergal, con la línea de planchado
perfecta, (¡no podía llegar de cualquier forma a encontrarme con mis tíos!). Llegaba a la que sería mi ciudad, durante más de 13 años, dónde maté a la
niñez, viví mi adolescencia y mi primera juventud…
Tenía un poco más de 11 años, y un
deseo irrefrenable de ver, de tocar, de sentir y de vivir en un mundo distinto
y nuevo, del que dejaba atrás… De un pueblo pequeño a una gran ciudad. De un
inicio del desarrollo, al desarrollo (eso se suponía). Mis ojos iban de un
sitio a otro, de los galpones y la suciedad del puerto, a la ciudad que más
allá se veía, y más se presentía.
Ese mundo, que desde muy pequeño,
mientras cuidaba a las vacas en el monte, veía como el sol desaparecía en
el horizonte, y soñaba y me ensoñaba con algún día alcanzar ese horizonte… Allí
dónde el sol se acostaba, allí quería ir.
Comencé por dejar la aldea e irme a
la villa de Carballo. Colegio nuevo, compañeros y amigos nuevos, tanto en clase
como en el barrio. Así pasaron 4 o 5 años, hasta que un día, mis padres me
preguntan sobre ir a Buenos Aires… esa ciudad, de la que mi tío, hablaba
maravillas, de ese país tan lejano y tan atractivo para un niño deseoso de
nuevos mundos… Ahí comenzó la emigración, preparando durante meses el
viaje, mientras mi padre, trataba de rentabilizar el tiempo, trabajando unos
meses en Francia primero, y luego en Holanda.
Esa mirada de niño, cambió muy
rápidamente para siempre; mientras esperaba que mis padres hicieran los trámites
para pasar la aduana, me dejaron a cargo de todo el equipaje… y, en ese
ínterin, alguien birló un par de cosas del baúl, aun abierto para la
inspección.
Pero, todo eso es otra historia, que
quizá, en otro momento, me anime a desarrollarla. Ahora estábamos en marzo de
1967, y mi inicio en un nuevo colegio y una nueva responsabilidad, ya que
comenzaba la escuela secundaria, y de ahí saldría a no sabía dónde.
Había elegido Comercial, sin saber
muy bien porqué, ya que en realidad siempre había dicho que quería ser
ingeniero, sobre todo cuando el cura de la aldea, intentaba convencer a mi
padre y a mí mismo, para que fuera al seminario. Si lo hubiera hecho,
posiblemente me hubieran echado el primer año. Elegí Comercial, dentro de tres
posibilidades, una de ellas era Industrial, y la otra era Bachillerato
(nacional). El mejor colegio de Industrial me quedaba muy cerca de casa, el de
nacional también, y el de comercial me quedaba más lejos, que, lógicamente
requería viajar en colectivo (autobús) y ahí me fui… como siempre, haciendo lo
más difícil.
Solo tomé la decisión, posiblemente
mi tío haya ayudado algo, pero todo lo hice solo. Ir a averiguar, preparar el
examen de ingreso… solo, recorrí media ciudad, para al final acabar en la
Escuela de Comercio Nº1 Dr. Joaquín V. González y, en ese mes de marzo de
1967, entré por segunda vez al edificio, pero esta vez como alumno, a ver
que me deparaba la vida. Era temprano, las clases comenzaban temprano y,
entrar, significaba pasar al patio, y formar en filas, tipo servicio militar,
según la división que nos habían designado, y con el preceptor –cuidador,
vigilante, primero, y más tarde alguno amigo-, y luego de ahí al aula que nos
correspondía. Esa misma rutina durante los siguientes 5 años.
Al aula, y así fueron apareciendo los
profesores del día, y durante la semana, los fuimos conociendo uno por uno, y
anotando las exigencias que cada uno tenía para su asignatura. Castellano,
Botánica, Matemáticas, Geografía, Historia Antigua, Educación Democrática, Contabilidad,
Caligrafía, Inglés, Música.
Todos éramos distintos, pero el único
diferente era yo… mi acento me delataba y ya había pasado por aquello,
durante los meses pasados en el Colegio San Francisco, con mis compañeros… el
gallego, el gallego pata sucia… las risas por mi acento y además del acento
español clásico, el mío estaba acentuado por el gallego, así que por lo tanto,
traté de tomármelo con una cierta calma y llevarlo lo mejor posible.
En menos de un año, había cambiado
toda mi vida, de segundo año de bachillerato en España, había pasado (unos
meses) por el 7º grado en la primaria, y luego al primer año en la secundaria
en Buenos Aires. De las matemáticas financieras, a la matemática moderna
(Teoría de conjuntos), del francés al inglés, y de mis compañeros de juegos y
de clase en mi pequeño pueblo, a mis compañeros nuevos en una ciudad
inmensa. De una casa con finca y frutales, a una habitación con derecho a
cocina, en un cubículo de 3 m2 como máximo, baño compartido por tres familias a
10/15 metros… ¡qué frío se pasaba en invierno!!!
Así comenzó mi historia en el Joaquín
V González y todos sus componentes: Rectorado, profesores, preceptores y
compañeros… La historia de 5 años, con sus altos y bajos, con amigos y no tan
amigos. Ha sido una historia intensa y cuyo balance ha sido muy positivo, para
aquél niño con acento “raro”, tímido, y a veces incomprendido, pero que supo
sobreponerse a todo eso, con ayuda de algunos profesores, de compañeros que se
transformaron en amigos con el transcurso del tiempo… No sólo conseguí
conocimientos, conseguí amigos, conseguí una educación, y una metodología de
rigor (que ya llevaba, pero más rígida) que más tarde me sería muy útil.
No todos siguieron en la
mañana ni en el mismo grupo, ni siquiera en el colegio, durante los
cinco años alguien se fue quedando… y también añadiendo…"
Suscribirse a:
Entradas (Atom)