El segundo año comenzó muy diferente. Sabía varias cosas qué me daban una especie de seguridad para aprender otras, había pagado un derecho de piso que me posicionaba mucho mejor. Quizás una de las más importantes era saber ubicarme en el sitio que me correspondía, cuando había que escuchar se escuchaba, cuando podía hablar hablaba y estaba siempre atento a lo que marcaban los mayores. No tengo dudas y ¡no me jodan que no es una fantasía!, tener diecisiete o dieciocho años te aproximaba mucho más que hoy a ser un hombre. Hablando en generalidades aquella juventud era distinta a la de hoy; caracteres diferentes, otra cultura, códigos, compromiso social… y a eso había que sumarle que con el tercer año aprobado eras "tenedor de libros" que ya te posicionaba como para buscarte un trabajito.
Comenzaron a aparecer lugares comunes de reunión donde la muchachada se juntaba antes de entrar al colegio. Esas reuniones mañaneras eran imperdibles así qué trataba de estar siempre entre veinte o treinta minutos antes del ingreso. Solía parar en el porche de un negocio de fotografía que estaba a metros de la esquina de Montes de oca y Australia, casi pegado a la lechería. Ahí se escuchaban todo tipo de comentarios relacionados con el JVG, sus profesores, personal docente y otros temas tan o más interesantes. Se escuchaban nombres de profesores que eran maldecidos, había hasta quienes se persignaban al escucharlos y agoraban que era casi imposible aprobar la materia si ellos te tocaban en suerte. La "rusa" en contabilidad, la Presa en geografía, una tal Berges en estenografía que por entonces no sabía que era, Barcia en taquigrafía, Whelan en contabilidad financiera, Papurelo en gimnasia y muchos otros que no recuerdo. Cuando podía, preguntaba en qué división y año estaban semejantes personajes y por suerte la mayoría no eran profesores de las "segundas divisiones" así que agradecía al idioma francés haberme quitado el estigma de esos monstruos. Estas elucubraciones sucedían bajo una espesa humareda de cigarrillos fuertísimos que pasaban de mano en mano y de boca en boca. Quizás ese nauseabundo olor sumado a los "Particulares" que fumaba mi viejo hicieron que hasta el día de hoy ese sea un vicio que no adopte… ¿otros? si, claro, pero eso no es tema en cuestión.
En uno de los primeros días de clase estábamos ansiosos esperando que ingresara el profesor de contabilidad que nos tocaría en suerte. De repente se abrió la puerta y entro ella. Estatura media, peinado armado con mucho spray como se usaba, saquito, camisa, falda por debajo de las rodillas, zapatos abotinados de grueso tacón, portafolios negro y paso militar.
─ Buenos días señores, pueden tomar asiento —por ese entonces nos poníamos de pie para dar el buen día a coro. Desde el fondo se escuchó una voz: "sonamos es la rusa".
Su apellido era Steimberg o algo así que sonaba a "diabólica". Ahí no más sin mediar presentación nos hizo sacar una hoja y tomó una prueba que sería (según sus dichos) una comprobación del nivel de conocimientos. Con ella en clase jamás había problemas de conducta, ni siquiera los repetidores o los más díscolos se le animaban y no era porque usara ninguna extraña artimaña. La tipa tenía presencia, una voz firme y una mirada que helaba. He de reconocer que para mí fue una muy buena profesora que inició la lista de los qué prefería tenerlos de la vereda de enfrente. Trataré de explicarlo, tarea nada sencilla puesto que escribirá un cincuentón que ahora ni puede llegar a comprender esa costumbre de buscarme problemas mezclados con una extraña presunción…ya que estimo que lo volvería a hacer. Hay una faceta de mi personalidad que tiende a la rebeldía y al enfrentamiento con el poder. Insistía (podría decir insisto pero eso se lo dejo a quienes me conocen más) para hacer lo que a mi entender parecía justo aún rayando el absurdo e imposible. Así sucedió y por eso no fue extraño tener a lo largo de los cuatro años un historial con varios enfrentamientos y escaramuzas con la autoridad establecida. Tenía la idea de que ella era opresora, déspota y decididamente abocada a medir diferente los esfuerzos de cada uno haciendo que otros recibieran un peor trato. No me interesaban las consecuencias aunque ellas me llevaran a quedar solo sosteniendo la premisa como un rebelde al margen de la sociedad. Si a esto le sumamos el hecho de que en la plantilla de profesores y autoridades habían quienes obtenían importantes logros con un trato ameno y cordial con el alumnado estaba a las claras que aquél que no lo conseguía por esos medios… estaba parado en la vereda de enfrente. Por ese cauce fue mi relación con "la rusa". Recuerdo un día que se le ocurrió tomar lección. Ella no se satisfacía con el oral, había que pasar con la carpeta completa. La mala suerte le toco a Achur, un albino bonachón, alto, de grandes gafas que era excelente compañero. Dio una lección buena, recuerdo sin fisuras. "La rusa" le pidió la carpeta, casualmente él era uno de los que la tenían completa y a la que acudíamos muchos para ponernos al día. El aire arrastrado por cada pasada de hoja cortaba el ambiente que se vivía.
—Bueno Señor Achur, me veo obligada a bajarle dos puntos por no tener los títulos subrayados como he pedido —estupor generalizado y "puchero" del albino cuyos cachetes comenzaban a tomar color.
¡Suficiente, ya esta bien! Ahí me pare y esgrimí un encolerizado discurso en defensa de la exposición de mi amigo y marcando la injusticia del trato. Escuchándome y viendo que ni la mirada de acero me hacía callar, "la rusa" comenzó a levantar la voz y eso lejos de amedrentarme me animó a esgrimir más argumentos utilizando el mismo tono. No duré mucho en clase, ella se me invitó amablemente que abandonara el aula... ¿más claro?, ¡me rajo a la mierda! Caí en manos del preceptor que, utilizando el consabido sistema de castigo, me dejó con los dedos contra la pared del corredor mientras mascullaba un discurso pedorro. Entre amenazas de suspensiones, amonestaciones e incluso la citación de mis padres fueron pasando las horas hasta que en el último recreo vinieron algunos de los delegados de las divisiones mayores. Estaban interiorizados de los sucesos, primero conversaron con el preceptor y luego se solidarizaron conmigo. Cuando se estaban por retirar, uno de 5º año se volvió hacia el preceptor y señalándolo con el índice le dijo:
—… y si no, mañana no entra nadie —fue la primera ves que escuché esa frase qué se repetiría durante mi segundo año hasta el quinto.
El "¡hoy no entra nadie carajo!" era el grito de guerra que se daba cuando se pretendía defender alguna postura, queja o reivindicación. Los más jóvenes y los más viejos (más que yo) quizás no sepan de qué se trataba. Primero se hacia pasar la voz unos días antes explicando los motivos. El día elegido, cuando el colegio abría sus puertas, los mayores de 4º y 5º año hacían un cordón humano que no permitía el acceso al establecimiento y al grito de "¡hoy no entra nadie, carajo!", se esperaba la salida de un interlocutor válido. Créanme que aquello no era joda. Primero salía Imperiale, alias "Petete", un gordinflón bonachón al que no se le podían ver los labios tapados por unos gruesos bigotes tipo cepillo. Petete era el vicerrector y todos o casi todos sabíamos que no tenía mano dura y que ante semejante cuadro de sublevación siempre terminaba dialogando. Con este sistema de propuesta casi coercitivo se defendieron las más locas reivindicaciones; desde la liberación en la forma de vestir, la exigencia de semáforos en las esquinas, quejas sobre los tratos recibidos, asuetos en fechas especiales (por ejemplo para el día del estudiante), etcéteras. Algunas se conseguían y otras no pero podría contar muchas jornadas en que aparecía en casa de mis padres porque ese día no se entró al colegio y que a nadie se le ocurriera poner falta porque hubieran seguido y seguido los días sin entrar. Era una pulseada sin fin con las autoridades y ahí me sentía como pez en el agua. Se estaba gestando un ambiente que no estaba alejado de la política y de los sucesos que se avecinaban. Fue época de tirar el maletín y la cartuchera y buscar una liga negra con la que sostener las carpetas y libros. La liga no podría ser de otro color, los útiles deberían ser los imprescindibles y la "birome" en un bolsillo.
También en ese año conocí lo de la "vuelta olímpica". Muchos podrán decir que lo que voy a contar lo vivieron e incluso que fueron protagonistas, no lo negaré. Pero esto es como el "gol de Grillo" o el de Kempes a los holandeses; todos dicen haber estado ese día en la cancha e incluso detrás del arco: pero doy fe que esto lo viví. La "vuelta olímpica" no era ni más ni menos que la despedida desorganizada de los quintos años unas semanas antes de terminar las clases. Se planearon muchas cosas pero sólo algunas pudieron llevarse a cabo; las otras quedaron fielmente guardadas para los años venideros. Ese año se decidió tener una semana de festejos que incluyeron:
1. La entrada de perros callejeros. La mecánica utilizada era poner al pobre animal en medio de un enjambre de alumnos y una vez dentro del establecimiento guiarlos y soltarlos en los lugares menos imaginables.
2. Meter un cerdito. No supe jamás de donde consiguieron un cerdo pero lo metieron al colegio de igual manera que a los perros. Una vez dentro untaron el cerdo con vaselina y lo largaron por los corredores. Era una fiesta ver a tos los preceptores incluso algunos profesores intentando cazar al cerdo. Era una tarea imposible lo único que conseguían era asustar más al animal, hacerlo chillar, que corriera despavorido para terminar todos revolcados.
3. Las gallinas con paracaídas. De los balcones del primer piso se tiraron al patio central decenas de gallinas que previamente eran aseguradas a unos improvisados paracaídas, ¡un verdadero desastre! Algunos acompañaron la caída de las aves con una suelta no muy al asar de huevos.
4. La vuelta olímpica. Consistía, como su nombre lo indica, en una corrida en malón coreando cánticos alusivos a las autoridades y a la idea de liberalización de lo que representaba la Institución. Por entonces era común suponer que lo que nos esperaba fuera sería mucho mejor.
Esos fueron los eventos que en ese año de 1971 se organizaron y se llevaron a cabo en el JVG para despedir a los egresados. No cabe opinión al respecto, cada uno sacará sus conclusiones, se sonreirá o pondrá cara de vinagre pero esos fueron los acontecimientos.
En lo personal el final del segundo año fue diferente al primero. Castellano, contabilidad ¡por supuesto!, matemática y botánica fueron las materias que me acompañaron; algunas a diciembre y otras en viaje sin escalas a marzo pero conocí otra mágica palabra: "la previa".
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Gracias Néstor.
Creo que todos los que recordamos aquella época coincidimos en este exquisito relato que nos dejó Néstor.
ResponderEliminarNota: hay más...
El apellido de la "rusa" era Trastemberg, y también la recuerdo como una profesora de la que se aprendía mucho, y coinicidiendo con Néstor en eso de déspota, opresora y marcar preferencia hacia algunos.
ResponderEliminarNunca me quedó claro si Celestino me sacó del aula (en 5to) porque le tiré un borrador a ella cuando entraba, fue por eso o porque le había errado.
Mi querida Rosa, aquí tienes una leve idea de lo que era la VUELTA OLIMPICA en nuestra época, que obviamente se cortó en el 76 justo cuando llegamos a quinto.
ResponderEliminarEstimadisimo Néstor, tuve la suerte o mejor dicho la desgracia de vivenciar en carne propia la vuelta del 75 en el turno mañana, mamita que miedo que teniamos los de primer año. En realidad no paso mucho, pero el descontrol y el temor a lo desconocido nos convertía en timidos pollitos esperando lo peor.
ResponderEliminarComo siempre un verdadero placer la lectura de tus relatos.
Un gram abrazo. Pato.