24 de octubre de 2009

Esto no es del atribulado.

Tal como refiere el título, esto no le escribió el atribulado a quien todos conocemos... pero es de la misma escuela.
.
.
"Cuando vos entrabas al Joaquin, desde 1er año nomás, ya sabía lo que te esperaba en quinto.
Allá por el 72, justo cuando ingresé a primer año, era la primera vez que la Escuela de Comercio Nº1 incorporaba mujeres.
Y pasaron los años y llegó el 76… y empezamos 5to sin que haya cambiado nada a favor nuestro. Todas nuestras esperanzas de que alguno no estuviera más en el transcurso de esos cuatro años se había desvanecido.
Todo el mundo sabía que en el último año, la mayoría se llevaba a examen alguna de las cuatro básicas (o las cuatro): estenografía (taquigrafía) con “el enano” Barcia, contabilidad con “la rusa” Trastemberg, matemática financiera con Whelan, y merceología con Spinelli.
Ahora bien, cada uno tenía su propio motivo para llegar a la estúpida conclusión de que los alumnos debían irse a examen, o dicho de otra forma, no aprobar la materia. Pero el caso de Spinelli era un tanto especial, sobre todo si uno era varoncito, porque este profesor era un poco amanerado. A decir verdad, y considerando la época, era muy difícil descubrir un trolo, pero a Spinelli le faltaba el cartelito y la flecha señalándolo.
Teniendo en cuenta que esto sucedía a mediados de la década del 70, saber que alguien era homosexual resultaba todo una novedad, y estar cerca de esa persona significaba ser visto y señalado por el resto de la humanidad.
Contrariamente a lo que suponíamos, las mujeres lo pasaban relativamente bien por cuanto a este profesor directamente no le interesaban, así que trataba de aprobarlas para no tener que verlas más de lo mínimo que exigía el calendario escolar. Pero a los varones…
Algo realmente llamativo y detestable a la vez, era el hecho de que le gustaba prestar libros a sus alumnos, para lo cual aprovechaba los recreos largos de diez minutos, ése que iba de 9.55 a 10.05 hs y que todos queríamos aprovechar para ir corriendo a la cantina a comernos una hamburguesa. Aunque creo que tratábamos de correr para salir rápido y que no nos “enganchara” para prestarnos libros. Porque si hubiese sido tan sólo un préstamo, no importaba porque lo devolvíamos al día siguiente y listo. El tema pasaba por la charla que había que tener con él durante los diez minutos del recreo largo y un poco más hasta que llegara el profesor de la hora siguiente.
En mi caso, yo pensaba que habiendo tenido un hermano que terminó dos años antes iba a ser un aliciente para toda esta cuestión, pero no. No sólo no fue así sino que además debí sumarle que mi apellido no me ayudaba mucho que digamos. Si bien nunca me habían cargado por ello, tampoco me imaginé que justo este tipo raro iba a venir a decirme a mi que era al único que no llamaba por el nombre porque disfrutaba diciéndome “amor” (tal cual).
Y venía esquivando el bulto, sin que esto sea tomado literalmente, hasta que no pude… y me llamó para que pase al frente, pero no a dar lección sino para decirme que en cuanto sonara el timbre no me retirara corriendo como lo hacía todos los miércoles , agregando que quería conversar conmigo en el recreo.
Era mi turno. Ya varios habían pasado por esa vergüenza y ahora me tocaba a mi, y no podía hacer nada.
Como para tener una idea más precisa de lo que esto significaba, la charla transcurría en el medio del patio grande de la planta baja, cerca muy cerca del mástil de la bandera, pero al estar vacío de alumnos resultaba muy fácil detectar desde cualquier punto del colegio lo que allí sucedía. En síntesis, te veían todos desde primero hasta quinto año. Todos veían quien estaba charlando con el profesor raro. Pero por suerte nadie podía detectar, dada la distancia, los títulos de los libras que en mano te entregaba. Títulos como “Eyaculación precoz”, “Posiciones en la cama antes de dormir”, “Como mantener una erección sana”, “Vida sexual plena”, “Poluciones nocturnas”, “El hombre y sus deseos ocultos”, y un montón de títulos dignos de ser quemados en Fahrenheit 451.
Y a alguno se le ocurrió devolverlo sin hojearlo siquiera, y ése fue el peor error que pudieron cometer… que pudimos cometer.
Y pasó el año. Y llegó noviembre. Y al entregar las notas del último bimestre nos llamaba uno por uno para darnos la buena nueva… A mi me dijo muy suavemente que como me quería tanto, tenía ganas de seguir viéndome y la única manera de conseguirlo era enviándome a rendir la materia en diciembre. De nada servía estudiar. Si al tipo le gustabas no había forma de zafar.
Pero para peor, tampoco sirvió estudiar para diciembre porque el examen constó de preguntas que ni siquiera Einstein debió haber sabido las respuestas. Al entregarme el permiso de examen con el bochazo escrito y firmado (todavía lo tengo), me dijo que nos veríamos en marzo porque me quería y necesitaba seguir viéndome. A esa altura, resignado, simplemente me retiré mascullando: “porque no te moris de una vez puto de mierda…”.
Y llegó marzo y pude aprobar la maldita materia “merceología” porque durante todo el verano en Mar del Plata estudié todo lo que se me podía ocurrir que el coso ése quisiera preguntarme.
Cuando vos entrabas al Joaquin, desde 1er año nomás, ya sabía lo que te esperaba en quinto.
Pero no todo era oscuro y gris como las cuatro materias básicas que te llevabas a examen. También estaba “el gordo” Celestino, también conocido como “matute”, el preceptor…un amigo como pocos y con todas las letras, de esos que uno jamás olvida.
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario