2 de abril de 2009

El atribulado y las sucursales del JVG.

En esta oportunidad, el atribulado nos envía una historia que le hicieron llegar:
"Negrito... Sería bueno ir buscando un editor... Claudio Roberto (5to 1ra TM promo'74) me acercó unos recuerdos a los qué titulé "sucursales de JVG". Siempre está abierto para enrikecerlo, vamos por más de 80 pag una novela son 100/150 aprox ¿kien te dice?
Un abrazo quemero, Néstor."



"Durante los años 70 había varios lugares qué funcionaban como sucursales del Joaquín V. González. Reductos a los cuales íbamos cuando decidíamos “ratearnos” en busca de refugio en lugar de andar peregrinando por las calles del barrio.
Conocíamos lo que era andar de bares antes de entrar al colegio. En la esquina de Montes de Oca y Australia estaba la lechería de “Beto”, un pequeño local con algunas mesas que se llenaba de estudiantes amontonados en su interior y exterior esperando se haga la hora de ingresar.
Junto al Joaquín, sobre la vereda de Montes de Oca estaba el bar “El Estudiante”. Era algo más grande que la lechería y contaba con más mesas. El ambiente era de un típico café de barrio con un ventanal sobre la acera. Al entrar encontrabas: al fondo, sobre la derecha, la barra con los exhibidores y campanas de vidrio donde se exponían unos portentosos sandwiches de pebete. A la izquierda el baño al que se accedía por una pequeña puerta, creo recordar de color verde. Tan pequeña era que debías pasar de costado y algunos hasta se agachaban para flanquearla. El dueño de “El Estudiante” se llamaba Eduardo y en el blog del Joaquín hay colgada una foto de él junto a unas alumnas de 5to 2da.
Sobre Australia, casi llegando a la esquina de Isabel La Católica, había una pequeña librería atendida por un anciano delgado y con un aire intelectual. El del “viejo” era el único negocio de los alrededores que no vendía cigarrillos, es más, ¡se preocupaba para mantenernos lejos del vicio!
Recuerdo que tenía un dibujo colgado a modo de poster donde, dentro de un círculo cruzado con una gruesa línea roja como los carteles de “contra mano”, había una mano sosteniendo un cigarrillo y una frase convincente: “FUMAR EMBRUTECE Y MATA”... ¡casi como la paja!
Cuando llegué a 4to año me di cuenta que nunca me había rateado y decidí tener la primera experiencia. "Ratear" según la Real Academia en una de sus acepciones dice: “andar arrastrando con el cuerpo pegado a la tierra”, ahora entiendo el porque ratearse era sinónimo de faltazo sin consentimiento ni conocimiento paterno. Había compañeros con mucha experiencia en hacerlo ya sea para zafar de una prueba, una lección o por que sí. Con sólo preguntar; “che, ¡qué ganas de ratearme!, ¿alguien se prende?” se encontraba rápidamente a varios dispuestos a compartir la aventura.
Entre los tantos reductos donde recalábamos para evitar tener que “yirar” toda la mañana estaba "La Banderita" en la esquina de Suárez y Montes de Oca. Una pizzería de barrio con grandes vidrieras por ambas avenidas. Dentro imperaban los muebles de fórmica y espejos en las paredes y, sobre el ventanal que daba a la Avenida Suárez, una amplia escalera caracol para acceder al primer piso donde estaban los baños. El problema que presentaba La Banderita era esa gran vidriera, si vivías en la zona corrías el riesgo que alguien te viera y fuera a batirle a los viejos ¿Qué harían un grupo de estudiantes casi todos de la misma edad a las ocho de la mañana en una pizzería?, ¡demasiado obvio! Aún así, los “forasteros” de Barracas y la Boca, apostaban a pasar más de cuatro horas en La Banderita.
Para los precavidos en este extraño arte de ratearse había otra oferta más segura: el bar “SUMONT”. Este “aguantadero” estaba sobre Montes de Oca entre La Banderita y el Banco Provincia de Buenos Aires. El local tenía un ventanal no muy grande y era mucho más largo que ancho. Contaba con una barra sobre la derecha y algunas mesas esparcidas dificultando el paso al fondo quizás porque ahí estaba lo bueno. A quienes accedían a ese sector los esperaba un ambiente tipo “boliche bailable” (iba a escribir "boite" pero necesitaría más hojas para traducir semejante viejazo) con bancos de cemento de altos respaldos y almohadones chatos forrados en plásticos. Estaban simétricamente ubicados sobre los laterales del local, enfrentados y con pequeñas mesas ratonas en medio. En todo el local la luz natural escaseaba y la artificial ni se prendía, ¡una condición perfecta para esconderse! Los baños estaban al final del salón por lo que si algún cliente quería acceder a ellos debía recorrer largos metros. Esto nos permitía otear desde el fondo dándonos tiempo para escondernos entre los bancos si era alguien conocido.
La primera vez que entré al SUMONT no fue por una rateada, llegué para pasar el parte diario a los que habían preferido no acudir a clase y bolichear. Ellos necesitaban saber que se había dado en cada materia, si algún profesor los había llamado para dar lección, si anunciaron una próxima prueba o cualquier otra nueva. Al traspasar la puerta parecía que se ingresaba a un bar de Londres; el humo de los cigarrillos hacía pesado el ambiente y provocaba que los ojos y la nariz ardieran ¡se hacía difícil respirar en el SUMONT! El bar era una sucursal del Joaquín, chicos sentados, parados, caminando y provocando un bullicio ensordecedor. También había gente del Cisneros, el Arcamendia y otros colegios de los alrededores inclusive de Avellaneda. Cada uno que entraba recibía una aclamación seguida de su nombre repetido por decenas de chicos que trataban de guiarte hacia ellos. Tanto en el SUMONT como en La Banderita podías pedir un café o alguna gaseosa y pasarte toda la mañana, a nadie se le ocurriría joderte ni pedir que consumas más.
En una de las rateadas en el SUMONT intenté levantarme a una chica del Cisneros que ya la tenía vista de otras veces y me gustaba. Era alta, rubia y muy bonita, tanto me gustaba que aquella mañana soporté que fumara esos horribles Particulares verdes y blancos ¡pero valió la pena el sacrificio porque le pude sacar el teléfono! Llegué a mi casa con el olor a pucho impregnado en la ropa y hasta en el pelo que por entonces lo usaba bien largo. Mi vieja, a pesar de darse cuenta, no dijo nada y me pidió la ropa para lavarla, recordé el papel con el teléfono de la rubia e intenté recuperarlo; pero no hubo suerte. Revisé varias veces los bolsillos y nada; lo había extraviado, ¡que poco me duró aquella conquista!
Otra rateada típica era para irse al centro de la ciudad bien a un bar más “cheronca” o para comprar alguna ropa de moda. Preferíamos los bares con billares o los que estaban dentro de alguna galería, en especial los de la Avenida Santa Fe. En el caso de la ropa, lo más buscado eran los vaqueros de hilo Lee, las camisas de jean, las remeras hippie, etcétera. Las remeras hippies estaban muy de moda, tenían un descolorido en el pecho que asemejaba una estrella borroneada. Algunos nos atrevíamos a hacerla en casa con una remera vieja: le hacíamos un nudo y las metíamos en una palangana con lavandina diluida en agua ¡qué hiposos éramos! Estos periplos céntricos como los viajes a Palermo nos agotaban porque pasábamos largas horas caminando y llegábamos a nuestras casas rendidos, ¡se pagaba caro la rateada pero era divertido!
No todo era trampa. Algunos sábados nos encontrábamos con otros compañeros en la puerta del Joaquín para ir a Eduardo Sport. Viajábamos en el colectivo 12 hasta Palermo para comprar los jeans o los pantalones de algodón con los colores de moda. Recuerdo que hacíamos largas filas en la vereda de la Rural esperando abriera el negocio; no importaba nada ¡el tema era lucir una pilcha de ahí! También íbamos a comprar a Kleiman de la avenida Patricios pero no era tan "chic" como lucir algo de Eduardo Sport.
En 1974 se habían puesto de moda unos pantalones que parecían estar confeccionados con retazos de otros jeans. Yo me probé uno pero no lo compré; reconozco que no me quedaba bien. Debías ser delgado y alto para lucirlos caso contrario parecías un pordiosero. Mi amigo Luis Alvarez se compró uno, a él sí le lucía, tanto le habría gustado que los usó para ir al Joaquín durante el último trimestre con una asistencia perfecta."



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Gracias Néstor y Claudio.

1 comentario:

  1. que lindos recuerdos,de todos los bares de la zona,el summont no lo conoci,pero los otros los disfrute

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