"Las temáticas eran las mismas: él continuaba con las pruebas sorpresa dictando a los pedos y la mayoría firmábamos y optábamos por irnos, ¡un clásico! No sé a quien se le ocurrió que al ser eso un descontrol la salida del curso estaría prohibida y sancionada ¡una tentación para redoblar la apuesta!
Viendo que no se podría salir, en una de las pruebas, firmé mi hoja, la dejé sobre el escritorio y volví a mi pupitre pero, en lugar de sentarme, me subí a la mesa y crucé las piernas en la típica posición de yoga. Apoyé los brazos sobre las rodillas y con mis índices y pulgares hice el círculo clásico de la meditación. Erguí la cabeza y cerré los ojos; aún así podía sentir la mirada del petiso que no dejaba de dictar. Era la época que en la tele daban Kung Fu, la serie protagonizada por David Carradine. Poco tardó en pararse junto a mí y, sin dejar de dictar, comenzó a sacudirme con una de sus manos. Al ver qué no respondía gritó
— ¡Giménez!, ¿se pede saber qué esta haciendo?
Al ver que no respondía repitió la pregunta subiendo el tono de voz hasta qué un compañero le respondió.
— No le contestará, ¡está en trance!
No quedó nadie sin largar la carcajada excepto Barcia quien, esta vez interrumpiendo su dictado, me tomó del brazo y me acompañó fuera del aula. Antes que cerrara la puerta le dije:
— Conste que no me voy, es usted quien me saca —tanto como para salvar cualquier reprimenda.
Volvimos a pedir que durante su hora, a aquellos que decidíamos no participar, se nos permitiera salir, la respuesta no se hizo esperar: ¡denegado! Pues no quedaba más que continuar. A la próxima prueba, hicimos la ceremonia de firma y entrega de la hoja en blanco. Para ese entonces, sumando las hojas en blanco de cuarto y quinto, tenía suficientes como para ponerse una librería. Tomamos asiento, sacamos libros y carpetas de otras materias y nos pusimos a estudiar o a hacer tarea. El enano entró en crisis. Pasó por uno de los bancos disidentes, hizo la típica pregunta: "¿qué está haciendo?", y sin terminar de escuchar la respuesta agarró los útiles, fue hasta la puerta del salón y los revoleó al patio... ¡necesitábamos algo así!
En las semanas qué siguieron al suceso, cuando Barcia llegaba al aula, todos salíamos y nos formábamos en el patio; ¡para esto todos estábamos de acuerdo!, ¿quién podría oponerse? Nadie quiso quedarse a presenciar sus clases, el ambiente estaba muy caldeado, se pedía en primer lugar que aquel profesor diera una disculpa no sólo al compañero sino a toda la división y que volviéramos a los tiempos cuando sólo daba clase para quienes lo soportaran. Y así fue… para mi esto tenía mucha importancia aunque eso significara que jamás aprobaría taquigrafía en una mesa donde estuviera Barcia.
Para continuar y terminar con las anécdotas “taquigráficas” me trasladaré mágicamente a 1976.
Habían pasado muchas cosas en el país y el JVG no fue una excepción ante los cambios. El ambiente no era el mismo y aquellos profesores, preceptores y autoridades que años anteriores tuvieron que soportar tantos desórdenes ahora imponían sus métodos en una coyuntura muy propicia y aprovechándose del terror imperante en el exterior.
Con un amigo del cual no delataré su identidad, seguíamos yendo al JVG en busca de aquellas niñas qué durante los recreos de 1974 nos regalaron miradas y suspiros apoyadas en los barrales de los balcones. Para acechar a dos candidatas no tuvimos mejor idea que ir al acto patrio del 25 de mayo. Hacía poco que había terminado de dar las materias que me llevé en quinto año; más adelante daré detalles de esto. Como se imaginarán, taquigrafía la terminé aprobando un año después de finalizado el curso y en el turno noche. Unos días antes de volver como ex alumno al JVG comenzaron a rondarme algunas ideas. No tenía nada claro ni planeado pero sentí aquella adrenalina que me corría por los dulces años. Se lo comenté a mi amigo y no se sorprendió, sabía qué algo iba a pasar. Estuvimos durante el acto procurando que las señoritas de nuestro interés se percataran de nuestra presencia. En ese momento sentí una necesidad de reencontrarme con Barcia y así se lo hice saber a mi amigo quien decidió acompañarme hasta la sala de profesores. Quedamos en la puerta de la sala esperando que el petiso saliera, cuando lo hizo mi amigo se separo unos metros, los suficientes como para poder escuchar.
— ¿Qué tal Barcia, te acordás de mi? —le dije mientras le impedía el paso. Así, de tuteo y de mala onda.
— No, no lo recuerdo… —yo sabía que me estaba mintiendo.
— Giménez, quinto segunda, promoción 1974.
—Ah, sí, sí, claro… —este era el momento, solos cara a cara en el corredor, él sin poder sobre mí y yo ya fuera del JVG, con todas mis materias aprobadas y el certificado a seguro recaudo.
Lo que siguió fue un rosario de insultos mientras hacía un decálogo con todas aquellas cosas por las cuales despreciaba profundamente sus métodos y formas. Barcia me miraba desconcertado y sin saber cómo reaccionar. Cuando salió de su sorpresa intentó esquivarme para seguir su camino pero envalentonado se lo impedí. Él no sabía cómo terminaría aquello y a ser sincero tampoco yo. Fue entonces cuando sentí que mi amigo me tomaba del brazo y forcejeaba para sacarme de ahí, luego me contó de su temor al verme en ese estado a un tris de cometer una agresión física."
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gracias Néstor.
Nuestro Servicio Secreto ya averiguó el nombre del "amigo" que no quiere nombrar el atribulado... y respetando al autor de la editorial, no vamos a dar el nombre... sólo el apellido.
ResponderEliminar(se reciben ofertas)
Impresionante anécdota!! Felicidades!
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