Los recuerdos son cómo una avalancha qué me distraen mientras trato infructuosamente de encontrar el álbum donde guardé las fotos del viaje a Bariloche y las de los últimos días en el JVG. El blog del Negro Amor me ha sacudido gratamente al igual qué a muchos de mis amigos ─entre estos no hay ex de nada─ con los qué compartir aquellos días. Somos doce los qué seguimos alimentando la amistad y nos reunimos frecuentemente para contar las mismas viejas anécdotas mechadas con dudosas definiciones filosóficas que flotan entre nubes etílicas cuando la madrugada nos sorprende.
Mientras retiro cajas con frascos, azucareras, tazas y demás boludeces que alguien me regaló puteo en arameo por qué; donde pensaba qué estaba el puto álbum encuentro ─muy prolijamente envuelto─ las batitas, baberos y escarpines de mis hijos qué mi esposa ha guardado vaya a saber para qué o para quien. Durante semejante ejercicio sonrío y voy clasificando los recuerdos del JVG. Trato de identificar los "puros" de los adornados con "agregados" qué les sumé en cada repetición.
Nací en Constitución, me malcrié en Barracas y ahora disfruto de Quilmes; mientras se me permita. Terminé lo qué antes era la primaria en el Sagrado Corazón de Jesús, frente al parque Pereyra sobre la Avenida Vélez Sarsfiel. El primer recuerdo asociado al secundario data de algún día de los últimos meses de 1969. Mi viejo me subió a su FORD F100 y me dijo:
─ Te voy a mostrar el colegio a dónde vas a ir el próximo año.
Sí, así tal cual. Somos de la generación que difícilmente podíamos decir: "yo quiero" y ni pensar esgrimir un: "¡no!". La primera parada fue en la esquina de Montes de Oca y Australia para contemplar el edificio. La segunda fue en las plazas qué estaban sobre Hornos y Herrera. En ellas, decenas de muchachotes jugaban al fútbol y otros se arremolinaban en los bancos.
─ ¿Ves a estos? ─pregunto mi viejo sin quitarse el cigarrillo de entre los labios─ Estos son los piolas qué se hacen la rata y aquellos en los bancos están fumando ─no dijo más nada y retomó nuevamente la Avenida Montes de Oca.
La tercer y última parada fue en "La Banderita" en la esquina de Avenida Suárez, ahí el viejo estacionó la chata en doble fila.
─ ¿Ves a estos otros? ─el pucho seguía en el mismo lugar, una pequeña braza estaba por tocar el filtro mientras el último copo de cenizas caía sobre su ropa─ ¡estos son más qué se hicieron la rata!
─ Papá, ¿qué es hacerse la rata? ─el viejo me miró por sobre las gafas.
─ Son los qué no entraron al colegio, faltaron ¡se ratearon! y creen que los padres no lo saben.
─ Ah… ─no entendí nada pero algo malo significaría: el tono con el qué me lo dijo me lo dejaba bien aclarado.
─ Y te aviso, este camino lo hago todos los días para ir a la fábrica ─hizo un silencio qué yo conocía muy bien─; si te llego a ver afuera del colegio te agarro de una oreja y ¡te entro a patadas en el culo!
Qué claro y conciso era el viejo. Durante los cinco años qué pasé en el JVG una sola vez me ratie y fue: ¡recién en quinto año! Demás está decir qué no fui ni a la plaza ni a La Banderita, caminé sin detenerme durante toda la mañana por la Av. Patricios mirando hacia todos los lados por si veía la chata del viejo.
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Muchas gracias Néstor.
Coincido con vos que el blog de Eduardo no tiene desperdicios, no dejo de entrar cada vez que uso la compu y simpre me sorprende con gratas anecdotas, como la tuya que pinta una epoca tal cual fue. Mi querido viejo no tenía una F100 pero seguro que pensaba igual que el tuyo. Una vez se me ocurrió sugerirle que no quería ir al colegio al día siguiente no recuerdo con que pretesto, vos vas al colegio igual porque cuando tengas que ir a laburar no podes poner niguna excusa, y por supuesto se termino la conversación y a las 7.30 estaba entrando al Joaquín. Saludos Néstor "Pato" Salvemini
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